Las bases de nuestro trabajo

Una herramienta clave para enfrentar las dificultades en nuestra labor como docentes es la resiliencia. A través de ésta podemos enfrentar el desgaste, el malestar, la violencia, y todo aquello que inhibe nuestro desarrollo personal y profesional, particularmente en tiempos de pandemia y post-pandemia.

La resiliencia es el enfrentamiento positivo de circunstancias y eventos de la vida estresantes, involucra la capacidad creativa de las personas para enfrentar de manera eficaz situaciones problemáticas y severas, transformando los factores adversos en elementos de fortalecimiento y estímulo.

Ser resiliente no quiere decir que no se tengan dificultades, que no haya malestar, o sufrimiento emocional. Significa que ante todo esto, podemos encontrar salidas y transformar positivamente las situaciones adversas. Algo muy importante para tomar en cuenta es que se trata de una función con la que todos nacemos, pero tiene que desarrollarse y fortalecerse a lo largo de nuestra vida.

Dos aspectos fundamentales para determinar una condición de resiliencia son: la conciencia de la persona sobre la situación conflictiva en la que vive; las acciones que se toman a partir de la conciencia y el conocimiento sobre esta situación.

La resiliencia parte de la idea de que las personas pueden hacer mucho por influir en lo que les sucede. Además de tomar conciencia de la situación, está la capacidad para planificar o decidir las acciones a desarrollar. Cuando la persona no asume una posición activa para afrontar una situación adversa, se encuentra en una posición de mayor fragilidad y vulnerabilidad.

Para tomar conciencia de las situaciones adversas en las que vivimos, hace falta combatir los mecanismos de negación, que son aquellos que nos impiden: ver la realidad, asumir responsabilidad, pensar la experiencia. Los mecanismos de negación implican un rechazo a la verdad cabal; también un impedimento para asumir, para ver y para tomar conciencia, de tal forma que se desarrollan una serie de dificultades para advertir las condiciones personales o contextuales en las que docentes y estudiantes se encuentran; y que por ejemplo, pueden ir desde negar la propia responsabilidad, hasta negar el clima de simulación o de hostilidad prevaleciente en la escuela. La negación se constituye en una manera de anular la capacidad de pensar la experiencia personal y comunitaria.

La resiliencia, a diferencia de la negación, parte de un proceso de reflexión sobre nuestras prácticas, así como de una identificación y comunicación de los pensamientos que tenemos y los sentimientos que experimentamos en nuestra labor diaria.

Esto permite darle solución a problemáticas específicas. Por ello, en primer lugar, se trata de identificar: a) Dónde nos encontramos: ¿qué problemáticas tengo con mis estudiantes y con sus padres?, ¿qué situaciones me aquejan?, ¿qué cosas no están a mi alcance para solucionar? b) Cómo nos encontramos: ¿qué sentimientos tengo en mi labor como docente?, ¿estoy en disposición de resolver, de escuchar, de transformar? c) Hacia dónde podemos ir: ¿con qué herramientas cuento?, ¿quién o quiénes pueden ayudarme?, etc.

Estas reflexiones nos permiten identificar con mayor claridad el escenario en el que nos movemos y cómo estamos metabolizando la experiencia escolar; al mismo tiempo, nos facilita trabajar con nuestras expectativas, pues aprendemos a distinguir las cosas que podemos transformar y que están en nuestras manos, y aquello sobre lo que no. Una vez que tenemos esto identificado, podemos buscar soluciones para el tipo de problemáticas específicas que nos aquejan con nuestros estudiantes, directivos, así como con los padres de familia.

Es importante aprender a identificar nuestros pensamientos, sentimientos y estado emocional pues la manera cómo nos sentimos depende en alto grado de lo que pensamos sobre un acontecimiento y viceversa.

Por ejemplo: Si alguien en la escuela nos dijera <Me pareces una persona íntegra>.

Una persona podría sentirse halagada, mientras que otra podría sentirse enojada o avergonzada.

Esto depende de cómo se piense el cumplido. Si la persona se siente a gusto con el halago, probablemente piense <A esta persona le caigo bien>.

Si se siente triste podría pensar:< lo hace para que me sienta bien>.

Si se siente avergonzada quizás piense: <No sé por qué lo dice, yo no soy una persona tan valiosa>.

Si se siente amenazada piense <Seguramente me lo dice porque me quiere sacar algo>

En este ejemplo, como lo podemos constatar, el acontecimiento externo es el mismo, lo que varía es la interpretación que se desarrolla a partir de los sentimientos de una persona.

En la escuela, cuando estamos desesperados y desgastados por el ambiente escolar, empezamos a desarrollar toda una serie de sentimientos y emociones negativas que afectan directamente nuestra percepción sobre determinadas situaciones.

Es así que frecuentemente como docentes, ante las risas, las burlas y los gritos de los estudiantes, acabamos interpretando esa manifestación como un atentado contra nuestra persona, lo cual nos impide ver otras variables que dan como resultado la aparición de estas conductas.

De este modo, poder identificar nuestros sentimientos es un primer paso para analizar mejor nuestro contexto así como las formas a través de las cuales podemos encontrar una solución. Hay que tener en cuenta que el resultado de una misma situación problemática será distinto si no hacemos nada ante ésta, o si buscamos ayuda, o si tratamos de dar pasos para solucionarla.