Las bases de nuestro trabajo

La esfera de la vida afectiva y emocional, así como la dimensión ética del comportamiento, no están al margen del conjunto de procesos y actividades académicas.

La agencia de autocuidado se define como la capacidad que poseen las personas para cuidar de sí mismos con el fin de mantener la buena salud y el bienestar. Los estudiantes y los docentes no dejan de ser personas con sentimientos, ideas, actitudes, valores.

El concepto de agencia supone introducirse en el mundo complejo del ser humano y en su proceso de toma de decisiones para el mantenimiento de su salud y la realización de acciones que contribuyan al bienestar consigo mismo, con los otros y con su entorno.

Quizá no resulte tan obvio por qué aprender a cuidarnos a nosotros mismos y cuidar al otro puede ayudarnos a combatir el malestar, el desgaste, y en todo caso a mejorar la convivencia en el entorno escolar. Tal vez esto se deba a que la importancia de los vínculos y de la esfera de la vida subjetiva tiende a desdibujarse en la planeación y acción de la vida académica. Sin embargo, es un hecho que los miembros de una comunidad educativa no sólo necesitan programas, reglas, normas y procedimientos que regulen la vida escolar, también necesitan afecto, apoyo, empatía y cuidado.

El cuidado puede entenderse como los mecanismos que echa a andar una comunidad para mantener, reproducir y reparar su espacio, de tal manera que se pueda convivir con mayores niveles de bienestar. Esto incluye los siguientes principios (Featherstone, 2010: 73-84)

1) La preocupación genuina por el otro;

2) La capacidad para cuidar a otros y a sí mismo, y

3) Aprender a recibir el cuidado de los otros.

Cuidar proviene de la palabra coidar, que significa discurrir, y que a su vez, proviene del latín cogitare: pensar. Su etimología también está relacionada con sentir una inclinación, preferencia o preocupación por..., es decir, para cuidar no sólo se requiere hacer cosas; se hace necesario, antes que eso, pensar y reflexionar.

Se trata de un acto tanto intelectual como práctico: ‘cuidar es una interacción humana de carácter interpersonal, intencional, única, que se sucede en un contexto sociocultural, tiene un fin determinado y que refuerza o reafirma la dignidad humana. Es decir; es un proceso intersubjetivo y recíproco, en el cual ambos -quien es cuidado y su cuidador-, establecen una relación de doble vía que parte del reconocimiento del otro como ser humano pero diferente, e implica ‘estar con’ la persona (s) a quien (es) se cuida. Es esto lo que hace del cuidado una experiencia enriquecedora y de mutuo beneficio (Tobón, s.f.).

Foucault ha denominado las prácticas del cuidado de sí, a las prácticas que hablan de un sujeto de acción en tanto refieren a un modo singular de posición de este con respecto a lo que lo rodea, a los objetos que tiene a su disposición, pero también a los otros con los cuales está en relación, a su propio cuerpo y a sí mismo. De igual manera, cuidarse, cuidar y ser cuidado son funciones naturales indispensables para la vida de las personas y la sociedad; es así como cuidar representa un conjunto de actos de vida que tienen por objetivo que se desarrolle y mantenga el autocuidado (Gallegos, 1998: 260-266).

El hecho de cuidar está indisolublemente unido a la tarea de educar, a la enseñanza y al aprendizaje. Cuidar requiere conocimiento y trabajo sostenido, y para recuperar el poder del cuidado en una comunidad se parte del reconocimiento del otro; ese otro que reafirma nuestra dignidad humana; implica también conocerse a sí mismo y al otro, confiar en el otro y darle valor y dignidad a su voz.

El cuidar de nosotros mismos y del otro, no es algo que se dé en automático sino que es algo que se aprende desde la infancia y que involucra el desarrollo de una serie de habilidades y destrezas personales que deben ser aplicadas a lo largo de toda la vida. Quien realmente cuida de sí mismo, no lo hace por intervalos dispersos en su vida, sino que integra el cuidado en su vida cotidiana. Estas competencias, sin duda influyen en la calidad y “estilo de vida”; este último hace referencia a una serie de actitudes, hábitos, y prácticas individuales, escolares o familiares, que pueden influir positiva o negativamente en nuestro bienestar y salud (Uribe, 2000).

 Cabe aclarar que la salud es una noción que no sólo remite al aspecto biológico, sino también a un estado de bienestar completo que involucra el físico, el mental y el social. En este sentido, la salud no hace propiamente referencia a la ausencia de enfermedad, sino que desde una perspectiva integral, tiene que ver con un proceso dinámico de interrelación entre el individuo y su entorno social, económico, cultural, ambiental y político.

Debido a su gran potencial para influir de manera positiva sobre la forma de vivir de las personas, el autocuidado es una de las estrategias más importantes que puede desarrollar una escuela para disminuir el malestar, mejorar la convivencia y prevenir un sinfín de problemas psicosociales.

 Los orígenes del cuidado y el autocuidado El (auto)cuidado es una función inherente al ser humano que se desarrolla a lo largo de la vida en los ámbitos personal, familiar, social y de manera muy importante, en el espacio escolar. Se trata del desarrollo de una función vital que se fortalece a partir de la construcción de vínculos afectivos significativos.

 El amor a uno mismo tiene que ver con la prolongación del cariño y de los cuidados recibidos desde los inicios de la infancia a través del cuidado materno o de sus representantes, de esa mirada que dio sentido e integró al ser humano. Quien sea que ejerza la función materna, se trata del primer vínculo que, desde etapas muy tempranas, van constituyendo al pequeño con su afecto, pero también con sus cuidados y observaciones sobre su aspecto, su cuerpo, su sonrisa, su llanto; y esta disposición es la que le va dando un sentido de ser, de ser para el otro, así como de los límites del cuerpo.

Cuando la madre o su representante va acompañando afectiva e instrumentalmente al niño en el asearse, vestirse, comportarse, cuidarse, le va generando un sentido de existencia, así como una conciencia de sí y de su propio cuerpo como algo que necesita ser procurado y cuidado, por uno mismo y por la relación con los otros.

Es sólo a partir de este cuidado que el individuo adquiere la confianza y seguridad en el afecto como algo estable y perdurable. Eso lo constituirá como un sujeto capaz de cuidarse a sí mismo, de quererse, y por lo tanto capaz de cuidar y amar al prójimo.

Como ya se mencionó, la reflexión profunda sobre los conflictos, reconociendo el impacto o resonancia de éstos en la propia experiencia, así como en la del otro, según el contexto escolar, familiar y social, es una herramienta indispensable para propiciar entornos de autocuidado. Y es que a partir de dicha reflexión, se pueden identificar conflictos relacionados a contextos específicos; esto nos permite modificar las prácticas que propician o permiten la indefensión de los miembros de nuestra comunidad. Todo el proceso impacta en una transformación de las relaciones, siendo esto una característica intrínseca de los espacios que procuran el autocuidado: adaptarse para el bien de todos los miembros de la comunidad.

La agencia del autocuidado

Se trata de un acto de vida que permite a las personas convertirse en sujetos de sus propias acciones. Por lo tanto, se trata de un proceso voluntario que realiza la persona para consigo misma. Por ello, debe ser una filosofía de vida y una responsabilidad individual que se ligue a la cotidianidad y a las experiencias de vida, pero que a su vez se puedan sostener en un sistema de apoyo formal e informal, como lo puede ser la familia, la escuela, los amigos, pero también los centros de cuidado y atención a la salud (Uribe, 1999).

La agencia del autocuidado es una característica humana compleja que se desarrolla a lo largo de la vida y que consiste en la capacidad de una persona para comprometerse y responsabilizarse en las operaciones esenciales de su propio cuidado.

Se trata de la capacidad de satisfacer los requerimientos continuos de cuidado de uno mismo que, con el fin lograr mayores niveles de bienestar, regulan los procesos vitales y mantienen o promueven en el individuo la integridad física y emocional de a) la estructura b) el funcionamiento y c) el desarrollo. La agencia del autocuidado está asociada con el deseo del sujeto de conocer; con la capacidad de aprender y; con el avance hacia estadios más altos y complejos de su desarrollo personal.

En la agencia del autocuidado se expresan varias condiciones: motivación, voluntad y disposición al conocimiento y cuidado de sí mismo.  En el proceso de que los individuos se agencien de su autocuidado pueden existir grandes paradojas entre la actitud de las personas frente a las prácticas de cuidado y el real cuidado que se procuran. Estas paradojas se definen como aquellos comportamientos nocivos que tienen las personas con conocimientos saludables. Por ejemplo, una estudiante joven puede tener muy buenos conocimientos sobre el ejercicio de su sexualidad, pero quedar embarazada. Otro estudiante puede conocer sobre los efectos nocivos del abuso del alcohol, y caer en excesos, ya que lo normal en las fiestas de compañeros es emborracharse.

Factores para promover la agencia del autocuidado

• Tener conocimientos, habilidades y competencias específicas para aprender a cuidarse. Contar con un repertorio de habilidades emocionales, cognitivas, de comunicación e interpersonales.

• Priorizar las acciones de autocuidado

• Estar motivado para iniciar y sostener los esfuerzos por cuidarse. Para ello, se requiere conocimiento de sí mismo, un autoconcepto sólido, valoración de sí mismo y disponibilidad para satisfacer las necesidades del Yo.

• Contar con las habilidades para realizar operaciones efectivas de autocuidado, integrándolas a los aspectos relativos a la vida personal, familiar y de la comunidad

Principios para la implementación

El autocuidado posee unos principios que se deben tener en cuenta en su promoción ya que se trata de una práctica social que implica un cierto grado de conocimiento y elaboración de un saber, que a su vez, da lugar a intercambios y relaciones interindividuales. Por esta razón, para que las personas asuman el autocuidado como una práctica cotidiana de vida y de salud, es necesario incluir en su promoción las siguientes estrategias:

1. Promover el desarrollo del autoconcepto y fortalecer las funciones de agenciamiento como estrategias que reviertan la internalización de la impotencia, favorezcan el sentido de control personal y desarrollen habilidades de movilización personal y colectiva para cambiar las condiciones personales y sociales en pro de la salud. Por otro lado, al potenciar el autoconcepto, se impulsan prácticas deliberadas de autoafirmación, autovaloración, autorreconocimiento y autoexpresión de los aspectos que favorecen el desarrollo integral.

2. Involucrar el diálogo de saberes, el cual permite identificar, interpretar y comprender la lógica y la dinámica del mundo de la vida de las personas mediante el descubrimiento y entendimiento de su racionalidad, sentido y significado, para poder articularlo con la lógica científica y recomponer una visión esclarecida de la enfermedad y de la salud que se traduzca en comportamientos saludables.

3. Explorar y comprender las rupturas que existen entre conocimiento, actitudes y prácticas, y configurar propuestas de acción y capacitación que hagan viable la armonía entre cognición y comportamientos.

4. Contextualizar el autocuidado a partir de entender que cada persona tiene una experiencia de vida con valores, creencias, aprendizajes y motivaciones diferentes.

5. Generar procesos participativos con el fin de que la comunidad asuma como propio el cuidado de sí misma y del ambiente que la rodea.

6. El autocuidado significa aprender a participar en la vida comunitaria.

 7. El docente como promotor del autocuidado debe buscar espacios de reflexión y discusión acerca de su experiencia con los estudiantes; se trata de que los docentes grupalmente se enriquezcan a partir de lo que viven, saben y sienten.

La ética del cuidado

El cuidado puede ser visto como una herramienta ética, en tanto nos permite tomar conciencia del otro como alguien que merece respeto y un trato cuidadoso.

La ética del cuidado en el espacio escolar se fundamenta en la promoción de las relaciones de cuidado en las que, a través del encuentro, se asume la relación con el estudiante con la máxima responsabilidad y en sintonía con el interés y la preocupación genuina por él.

Tiene que ver con la capacidad para conectar con el otro, pues el deseo que subyace en la relación de cuidado es de naturaleza afectiva. Un docente que mira al niño o al joven integralmente, y está sensibilizado en la tarea de cuidar y de fortalecer las funciones de autocuidado, interviene con empatía y preocupación genuina de la siguiente manera: “¿y hoy, por qué tan despeinado?” “Parece que anoche dormiste muy mal” “¡Ya te veo… andas arrastrando la cobija!” En este sentido, el docente puede aparecer ante los ojos del estudiante, como un personaje metiche y persecutorio; pero simultáneamente también funciona como un espejo que le refleja una totalidad integrada de su ser; un “ser para el otro” que sí lo está mirando, y que lo mira con cuidado.

No obstante, el estudiante en su propia ambivalencia se puede rebelar o en su defecto, criticar estas funciones, pero en el fondo también es capaz de reconocer que esta empatía y preocupación genuina por él, lo contienen y alivian. Por esta razón es importante que el docente comprenda, tolere y revise estos forcejeos