Oponernos rígidamente. Decir “no” antes de escuchar y comprender al otro. Tomar cualquier comentario y expresión del joven como si fuese un error que hay que corregir.

  • Abandonarlo e ignorarlo en el aula y en la escuela. Ante la dificultad de establecer un vínculo y comprenderlo, muchas veces el docente prefiere huir o deshacerse del problema ignorándolo. Sin embargo, el joven requiere de contención y reconocimiento.
  • No responsabilizarlos de lo que les toca. No enseñarles que su libertad tiene límites contribuye a generar una realidad caótica pues su campo de acción no tiene límites.
  • No cuestionar lo que dicen o hacen, es dejarlos a la deriva. Los jóvenes necesitan que sus ideas reboten, que aprendan también que hay otras formas de interpretar y hacer las cosas. Se trataría por tanto de cuestionar sin “atacar” y sin pretender someter. Hay que introducir una serie de reflexiones en el estudiante que le permitan conocerse y que le enseñen a cuidarse.
  • Sobreprotegerlos es una forma de posponer el paso a la vida adulta. La sobreprotección no les enseña a lidiar con su propia experiencia y con los conflictos. Retrasa en este sentido su proceso de maduración y el desarrollo de su autonomía.
  • Etiquetarlos. Es decir, poner un una misma canasta a todos los jóvenes haciendo caso omiso de sus diferencias. Las etiquetas no nos ayudan a escuchar ni comprender con profundidad a la otra persona.
  • Acorralarlos, ponerlos contra la espada y la pared. Es decir ponerlos en situaciones amenazantes en donde hay solo dos alternativas: o la completa sumisión o una defensa agresiva.