Las bases de nuestro trabajo

1 Diálogo versus debate: David Bohm y Juan Lafarga desde diferentes perspectivas han señalado la diferencia y contraste entre las dos maneras clásicas de intercambiar información entre los seres humanos. El diálogo versus la controversia o debate.

El debate es el instrumento donde chocan argumentos y predomina la consigna de cambiar al otro. En la construcción de un sistema democrático, el debate es un ejercicio muy socorrido supuestamente dignificante y esclarecedor. Sin embargo, el debate representa en el fondo un pobre modelo de relaciones humanas; implica una lucha por ganar aprobación pública a través de convencer, persuadir, disuadir, etc. Debatir es un deporte practicado en un mundo impregnado por la cultura de la competencia cuyo objetivo principal es derrotar al adversario con argumentos. El problema del diálogo no es el intercambio de ideas brillantes sino la pobre disposición a verdaderamente entender al otro antes de contestar. El debate busca, en otras palabras, cambiar al otro que está “equivocado” –a quien por supuesto al estar en el error, hay poco que escucharle y mucho que rebatirle–. Una pobre caricatura del debate se puede observar en los intercambios verbales de las cámaras legislativas donde –basta observar el canal del congreso mexicano o de cualquier otro país– cuando un legislador está en tribuna exponiendo sus ideas, muchas veces de manera agresiva y descalificadora, otros miembros de la audiencia aparecen en pantalla igualmente exhibiendo conductas de provocación, desinterés, descalificación… En una práctica tristemente representativa del diálogo legislativo (sic) y del quehacer democrático, los diputados y senadores, representantes del pueblo, platican campantemente entre sí, hablan por su teléfono celular, dan la espalda, se duermen y hasta mastican chicle, mientras un compañero generalmente del otro partido expone sus ideas.

El espacio protegido del diálogo, desgraciadamente nada tiene que ver con la práctica legislativa. El verdadero diálogo, tal como lo entienden Bohm y Lafarga, implica una renuncia por lo menos provisional a cambiar al interlocutor y en lugar de ello, se concentra exclusivamente en entender su significado y su experiencia. Finalmente, en un intercambio interpersonal al practicar el debate o el diálogo, los interlocutores –legisladores, pueblo, empleados o directores, padres, esposos o hijos– toman una decisión, consciente o inconscientemente, de profundas implicaciones: Pone su energía y su atención ya sea en cambiar al otro o en entrar a su mundo y entender su experiencia.

En el debate la solución que se quiere imponer generalmente se lleva preparada desde antes de iniciar el intercambio; el diálogo, por otro lado, se inspira en un paradigma totalmente diferente: el paradigma del cambio transformacional de Mahrer (1997, 2003):

La dirección del cambio aparece durante el proceso: En el contexto educativo, por ejemplo, a menudo se reportan casos de maestros que llevan a cabo con regularidad la versión escolar de los espacios protegidos del diálogo: “Los Círculos de Aprendizaje Interpersonal”. Después de algunos meses de dicha práctica del CAI en escuelas públicas de estado de Guanajuato, es notable la transformación de la conciencia de los participantes –alumnos y maestro–; Al poner la energía y la atención, no en cambiar al prójimo, sino en entenderlo, poco a poco se va transformando la manera de percibir al “otro”, de entenderlo, de relacionarse entre sí, de manejar sus conflictos, de dejarse de hostigar mutuamente, etc. En la programación de dichas actividades no hay un plan específico de mejora continua, de reducir la violencia, de erradicar errores, ni de establecer metas e indicadores, ni cosa por el estilo, sin embargo, la transformación se va gestando desde un lugar diferente: el intercambio respetuoso de experiencias. La práctica regular de las reglas básicas del diálogo –un tiempo para hablar y un tiempo para escuchar– va haciendo emerger un “sistema inteligente”. Estos cambios tal vez no aparezcan, o tal vez sí, reflejados en las pruebas nacionales de evaluación del desempeño académico, sin embargo, el maestro en su corazón sabe que su trabajo está haciendo la diferencia en el desarrollo de sus alumnos como personas.

Dialogar y poner límites: Algunos lectores tal vez se pregunten sobre las medidas correctivas necesarias en algunos de los casos “donde el otro manifiesta conductas reprobables” que “requieren urgentemente” por parte del ofendido, –un padre, una madre, un esposo, un maestro, la autoridad, etc.– de límites, sanciones y otro tipo de “consecuencias disciplinarias”. Existen numerosas obras relacionadas con la manera de poner límites, de ser consistentes, de atreverse a disciplinar, a ser asertivo… “porque soy tu padre, no soy tu cuate”, etc., etc. Nuestra propuesta, representa un enfoque alternativo, de integración no de exclusión. No sugerimos que los padres y maestros renuncien a poner límites y consecuencias. ¡Desde luego que no! Creemos que el aprendizaje de la responsabilidad consiste precisamente en enfrentar “la consecuencia de mis actos”: Cuando robo, puedo ir a la cárcel o ser llevado a procesos legales y demandas, cuando miento, es posible que a los demás les cueste trabajo creerme en el futuro… La necesidad de tomar medidas ante los actos del otro, aunque no es algo mayormente tratado como tema en esta propuesta, sabemos que ha de ser aplicado con consistencia, sin culpas y en el momento correspondiente. La consistencia se logra cuando un maestro le dice a su alumno sin ofenderlo ni descalificarlo: si no cumples con lo mínimo requerido no te puedo pasar de año… Por otro lado muchas de las reglas establecidas en el hogar suelen ser inadecuadas, disfuncionales y rígidas debido principalmente a que fueron construidas de manera unilateral. Una regla construida de manera participativa y emanado del dialogo resulta más útil y respetada en el largo plazo.

La dirección del cambio se clarifica durante el proceso. El transitar por los caminos del diálogo, con frecuencia, lleva a “los dialogantes” de manera natural a establecer nuevos límites y nuevas formas de relacionarse desde un lugar totalmente diferente al habitual. No desde la coerción y el castigo impuesto desde afuera como “medida correctiva y necesaria” sino desde un lugar sorprendente de libertad y responsabilidad. Así, en el proceso de diálogo, especialmente en medio de circunstancias conflictivas y difíciles, surgen de manera a veces inesperada nuevas formas de comprender la realidad; de ver las cosas y de plantear y resolver “el problema”.

El espacio protegido del diálogo: La diferencia entre una relación constructiva y una destructiva, descansa, no en la cantidad de conflictos que enfrentan sus miembros, sino en su capacidad de promover espacios protegidos y de calidad para el diálogo. Para Christlieb (1973) el diálogo consiste en: Ser capaz de dar a las ideas y sentimientos del otro una importancia semejante a la que daríamos a los nuestros.

En este capítulo esbozamos algunos “cómos” poderosos y viables para el diálogo que como ya lo hemos indicado, está compuesto de dos recursos básicos de la comunicación interpersonal: escuchar y expresar. El diálogo tiene como objetivo la construcción de un sistema inteligente y un espíritu de comunidad. El diálogo es un poderoso medio capaz de trascender las profundas e inevitables diferencias individuales entre los seres humanos en sus diferentes contextos y relaciones: de pareja, de familia, de trabajo…

El diálogo, cuando es aplicado de manera disciplinada y sistemática, tiene el poder de convertir “las diferencias irreconciliables”, los conflictos, las crisis y las experiencias dolorosas en auténticas y maravillosas oportunidades de crecimiento, y de cercanía respetuosa. Pero el diálogo, insistimos, no puede surgir espontáneamente de la buena voluntad ni del amor romántico por muy bonito que parezca. Ciertas condiciones, mínimas pero imprescindibles hacen del diálogo un verdadero catalizador para el desarrollo de la conciencia y la transformación interior.

A menos que ocurran condiciones, mínimas y accesibles de “diálogo en espacios protegidos”; ni una bien intencionada pregunta ni muchas ganas de comunicarse bastan para sacar “la verdadera sopa”, para curar las heridas, ni para promover el acercamiento respetuoso. La persona aprende a hablar, a conectar y a reconocer sus verdaderos sentimientos poco a poco en la medida que se siente escuchada y entendida.

La única manera de romper patrones y trascender formas repetitivas de actuar y de responder; la única forma de desembarazarse del yugo de tantas automaticidades irracionales y destructivas que saturan el repertorio humano y lo atrapan en conflictos interminables, es a través de experiencias concretas y vivas de expansión de conciencia …y precisamente una manera privilegiada y viable de promover la expansión de la conciencia y de liberarse de dichos patrones automáticos en el seno de la familia es a través de la humilde y poderosa práctica del diálogo.[1] El diálogo en otras palabras permite de manera sorprendente un proceso de evolución de un sistema humano –llámese escuela, familia u organización– hacia niveles de mayor inteligencia, comunicación, armonía… El diálogo promueve un proceso permanente de desarrollo y evolución, donde por un momento se trascienden viejos juegos de comunicación, patrones complementarios[2], simétricos o cruzados de poder, de sumisión, de manipulación, de mentira: La maestra trata de controlar a sus alumnos y estos intentan pasarse de listos en un juego interminable… De pronto ante una práctica inofensivamente poderosa –el círculo de aprendizaje interpersonal– cuya consigna provisional es renunciar a cambiar al otro y poner toda la energía en entenderlo; la relación se mueve a un lugar inesperado de integración, intercambio y fluir de información que a su vez promueven en el ambiente escolar una transformación hacia estados más evolucionados, “complejos” e inteligentes. (ver nota 24)

Eric Drexler (1991, 1996) creador de la nanotecnología se ha dedicado, por ejemplo, a estudiar las aplicaciones de los procesos de diseño molecular –de abajo hacia arriba– que resultan ser infinitamente más eficientes y regeneradores. En el contexto social hay voces que abogan por el cambio de adentro hacia fuera de lo pequeño a lo grande, de lo local a lo global. En esta línea de pensamiento, la propuesta del diálogo nos invita a comenzar ya con la conciencia personal a través de las relaciones cotidianas en la familia y la escuela. Preferimos iniciar con lo que sí está a nuestro alcance y no con los inaccesibles cambios de estructuras macrosocio-económicas a través de decretos y políticas públicas –que llevaron a Watzlawick a observar con sarcasmo: que todo cambie para que nada cambie.

Al poner el énfasis en entender, no en invalidar la experiencia del otro, se descubren así, a través de las relaciones cotidianas, otras formas de ver el mundo, otras maneras de percibir y de construir la realidad. El diálogo conduce finalmente a la construcción de un nuevo conocimiento de orden superior con la aportación de distintas experiencias; de distintas “realidades”. Por otro lado, un sistema humano que no dialoga termina tarde o temprano funcionando “estúpidamente” pues aunque esté compuesto de personas inteligentes, ello “no quita lo automático”.